Desde un punto de vista práctico un suelo puede considerarse formado por dos capas: una superficial o “capa laborable” que alcanza una profundidad de 40 centímetros, y una profunda o “subsuelo”, que sigue a la anterior y alcanza hasta unos 80 centímetros de profundidad.
El suelo que verdaderamente interesa es el que está representado por la primera capa; en ella se desarrollan las raíces de la mayor parte de plantas de jardín (nos referimos a las florales), encontrando allí las substancias nutritivas que necesitan. A mayor profundidad la fertilidad decrece y la cohesión es mucho mayor; alcanzarán estas capas las plantas de gran porte, árboles, arbustos, etc., y otras que por tener un sistema radicular
1) la aireación y meteorización necesarias para activar las reacciones bioquímicas del suelo, y con ello la descomposición de las materias orgánicas que han de convertirse en elementos nutritivos para los vegetales;
2) la fácil penetración de las raíces;
3) la incorporación de abonos hasta una profundidad adecuada;
4) la mejor conservación de la humedad del suelo, etc.